Iba en el autobús, repleto de gente mientras las nubes acechaban cada metro que avanzábamos ¿dirección? Ya sabes a dónde iba, no hace falta que te lo diga.
Faltaban unos minutos para llegar y mi estómago no paraba de removerse, de inquietarse, cómo yo. Los nervios recorrían mi cuerpo y mi cabeza daba vueltas. Hasta que vi la parada. Empecé a tener calor, mucho calor, y entonces, se paró, abrió las puertas, vi la calle, y de un salto me bajé. Me entraron arcadas, no te lo negaré, los nervios persistían y no se iban, no me dejaban tranquila.
Empecé a pasearme por el recinto, buscando lo que jamás había visto: el edificio donde estabas. Pero me lié. Entré en urgencias, y me dirigieron al hospital. Allí, nerviosa y con la voz temblorosa le pregunté por ti al hombre de recepción. Me miró extrañado, pero muy amablemente me señaló el edificio donde estabas:
-¿Mira, ves ese edificio? Pues la segunda planta.
Miré el edificio, con miedo, y me dirigí hacia él.
-¿Mira, ves ese edificio? Pues la segunda planta.
Miré el edificio, con miedo, y me dirigí hacia él.
Me planté delante de la puerta, respiré hondo y abrí. Subí las escaleras y una enfermera me vi llegar, abrió la puerta y preguntó qué buscaba.
-Busco a Jack Creeper...
-¿Cuántos años tienes?
-... Tengo veinte años...-le contesté sorprendida.
-Pasa...
Me dejó entrar en esa sala, donde vi lo que siempre sale en las películas dónde hay locos: una mujer sentada en el suelo, con las manos en la cabeza y balanceándose hacia delante y hacia atrás. La miré, pero por poco rato, porque fue entonces cuando escuché a alguien gritar: "¡Si, si! Luego nos vemos, que ahora voy a merendar... Ya luego te digo algo, tío". Una enfermera gritó: "¡Jack! ¡Han venido a verte! ¿Por qué no vienes?" y entonces tú, miraste al final del pasillo, buscándome con tu mirada analizadora y le dijiste a esa mujer "¿Cómo queréis que sepa que hay alguien si no me avisáis?" Me reí, no podía hacer otra cosa y, fue entonces que, me acerqué a ti y te abracé. La verdad es que tenía ganas de llorar, llevaba unos días pensando en ti y preocupada porque no sabía nada en absoluto de tu vida. Recibiste mi abrazo, como siempre lo has hecho, me diste dos besos y te miré como siempre te miro.
Salimos del edificio para quedarnos dentro del recinto, en unos bancos de madera, con la brisa acompañándonos junto a todos los locos que se paseaban por la hierba, mirándonos descaradamente, preguntándonos sin ningún reparo ni vergüenza si tú y yo éramos pareja. Todos los locos se me acercaban y tú me mirabas, medio riéndote, porque sabías que me ruborizaba con esas preguntas y con sus miradas impasibles. Hasta que llegó un señor mayor, medio loco también, que me miró fijamente a los ojos y me pregunto: "Prenda, ¿cómo te llamas?" obviamente le dí mi nombre y él sonrió, a lo que añadió: "prenda, nunca dejes que nadie te llame prenda. ¿Sabes lo qué es una prenda? Es una pieza de vestir que las personas se ponen, como un abrigo, un jersey... y cuando ya está sucia, la tiran." Me quedé con los ojos abiertos, más que de costumbre, mirándolo sin parpadear, hasta que él empezó a reír y mientras se iba, me dijo: "con esos ojos tan preciosos que tienes, pareces sacada de un cuento de duendes". Miré hacia abajo, pensando en lo que me había dicho ese hombre... no es que tuviera mucha importancia, pero me hizo sonreír.
Nos levantamos del banco después de haber merendado y salimos del recinto, como si fuéramos dos gamberros haciendo maldades. Yo sabía que tú no podías salir de ése jardín, y tú sabías lo que implicaba si nos pillaban. Pero salimos, salimos porque los dos queríamos alejarnos un poco de tanta locura, de tanta gente paseándose mientras hablaban solos y nos miraban con descaro, queríamos respirar el aire de fuera, como si allí no hubiera dementes...
Llegó la hora de marcharme a casa y no pude hacer otra cosa que volverte a abrazar. Sabía que era lo que querías, al igual que yo, porque me abrazaste más fuerte de lo normal. Cuando nos separamos, te miré a los ojos y te dije lo mucho que había reído contigo, lo feliz que me había hecho saber que realmente estabas bien y, que sobretodo, estabas más feliz de lo que siempre has estado, que tienes ganas de vivir y que nada te impedirá hacerlo, pero sobretodo, te deseé que todo aquello que te propusieras, lo consiguieras, porque nadie más que tú se lo merece.
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